El estrés se ha instalado en nuestro lenguaje habitual, no recuerdo haber escuchado las palabras estrés, ansiedad ni tensión en mi infancia y hoy me sorprende escuchar a niños pequeños quejarse de estar estresados. Parece legitimarse ese estado permanente de alerta, se valora y se confunde con estar ocupado, con ser eficiente. El trabajo decimos, necesariamente implica presión y por lo tanto estrés y de hecho es requerida la capacidad para trabajar bajo presión. Nos reímos y deslizamos un cierto desprecio para referirnos al “operado de los nervios” y existen diversos sobrenombres para aquellos que viven más lento.
El estado de alerta es deseable para funcionar, necesitamos un cierto nivel de activación para enfrentar las demandas diarias. Si esas demandas diarias son interpretadas, como aversivas o peligrosas, como amenazantes, aumenta el nivel de activación y si estas demandas permanecen en el tiempo y permanecemos en estado sobreactivado, empezamos a olvidar como desactivarnos es decir, nuestro cuerpo se desregula y pierde las señales que lo llevan al estado de reposo (y peor si el reposo es mal visto). Este exceso de energía busca por donde salir, sino hay cauce se acumula en forma de tensión. La tensión muscular constante y de la que somos muchas veces sólo conscientes cuando el dolor ya no nos deja seguir funcionando (sobrefuncionando) va generando otros dolores, dificultades para dormir, dolores de cabezay muchos otros síntomas que nos llevan a la consulta médica. La ansiedad, que es una respuesta adaptativa, pasó a ser negativa, no nos ayuda, nos perjudica.
¿Cómo disminuyo ahora mi sobreactivación? Podemos reeducar nuestro organismo con pequeños cambios, que en un principio probablemente no nos brinden alivio, pero lo harán en el largo plazo. Por ejemplo aumentar la actividad física, mejorar la forma de alimentación, respiración, etc. Pero los cambios de hábito por si solos, ya en este nivel de ansiedad, no son suficientes , hay que revisar nuestras percepciones, actitudes, creencias con respecto al hacer, al deber, al disfrutar, al descansar, a nosotros mismos etc., muchas de las cuales ni siquiera son legítimamente nuestras. Poder implementar y mantener cambios tiene mucho que ver con esto.
“Aquí, corriendo” “Tapado de pega”, “colapsado” respondemos cuando nos preguntan cómo estamos, con la postura y gestualidad correspondientes. Respuestas y actitudes aceptadas y valoradas. Se legitiman además por una serie de mensajes colectivos, por ejemplo aquellos que validan y venden el descanso merecido en sitios lejanos instalando la fantasía de la desconexión. Y como tengo que sentir que lo merezco, me esfuerzo más. Y lo demuestro.
¿Por qué motivo queremos desesperadamente desconectarnos de la vida que hemos construido?¿Existe la posibilidad de descansar, de disfrutar aquí, no en el Caribe merecido sino ahora? ¿Por qué siento que no puedo descansar? ¿Me valido a través del exceso de trabajo? ¿Necesito correr como creo que corre el resto? ¿Cuándo fue que aprendí a correr de esta manera y cuándo fue que no necesite más correr y lo sigo haciendo? Y mil preguntas más cuya respuesta es personal.
La ansiedad, cuando llega a configurar un trastorno para la persona, no se trata con recetas. La ansiedad no se instaló de la misma forma, no se mantiene de la misma forma. Por lo tanto la revisión es distinta en cada caso.
Las historias relacionadas a la ansiedad y el trabajo, se deconstruyen y vuelven a construirse en terapia cuidadosamente, para recuperar un estado de bienestar que tampoco va a ser igual al estado de bienestar de otros y mucho menos al que esos otros venden en los medios y redes sociales.