Los mensajes que emitimos a nuestros niños
Las palabras que digo y las que no digo, van conformando el entorno que ayudo a construir para acoger a los que vienen: hijos, sobrinos, nietos, donde a su vez irán construyendo cada cual su autoconcepto. Hacernos conscientes de lo que creamos cada vez que dejamos salir palabras de nuestra boca nos conduce, no sólo a mejorar la energía de nuestro propio entorno, también los entornos de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y así…
¿Qué digo realmente cuando digo lo que digo? ¿Qué mensajes emito? Nuestros mensajes de padres se graban a fuego en la memoria de nuestros hijos, por muy pequeños que sean. De esta forma somos fuente de identidad sin calibrar muchas veces lo que esto significa.
Ser conscientes de las palabras que suelo usar de forma automática, las que aprendí con mis padres, las que cargo con el dolor de mis propias heridas, las que están teñidas por los mandatos de mi familia de origen, nos permite elegir de forma más libre con qué voy a crear y ayudar a crear nuevos mundos.
Complejizando ahora: los gestos que hago y los que no hago…si ya es difícil con las palabras, ¡imaginar nada más con el lenguaje no verbal! Aquí sí que hay mucho de lo que no solemos darnos cuenta.
Una forma de darnos cuenta de lo que sale de nuestro cuerpo, es escuchar y ver a nuestros hijos, para lo cual primero hay que ser conscientes de qué mensajes puedo estar emitiendo que limiten la expresión espontánea de sus quejas o críticas, luego, si pudo expresarlas, qué barrera defensiva pongo yo a ese mensaje. Otra vez no es fácil.
En el juego, que es un medio más seguro para permitir la expresión, podemos jugar a intercambiar roles, por ejemplo. Y nos encontraremos con más de una sorpresa. ¿No tengo tiempo para jugar? Otra forma puede ser, si no es lo mío el juego, ni la autobservación ni la aceptación de la crítica, ver a mi alrededor y revisar qué me pasa a mí cuando otro le habla de mala forma a mis hijos ¿Me gusta que otras personas se expresen como lo hago con mis hijos?
Si yo, cómo psicóloga en la sesión con su niño o niña le respondo algo así como¿para qué estudias si no te queda nada en la cabeza? O le digo ¡ya poh para de llorar! o le expreso con mi cara de agotamiento que no me interesa nada de lo que me dice, o le digo, ¡no, hoy no me vengas con más problemas! Y si tomo mi celular y contesto mensajes mientras me habla. ¿Qué diría usted?
No pues, una profesional no puede hacer eso y me gano sus increpaciones, (merecidas por lo demás) y el reguero del desprestigio. ¿Y el trabajo de madre de padre no es mucho más importante para su niño o niña? A mi usted me puede reemplazar, pero ustedes no son reemplazables, al menos no tan fácilmente. Por lo que si usted, como muchos de nosotros, es de los que dice “nadie nos enseñó a ser padres” comience a entrenarse, observarse, a buscar ayuda. Movilice sus recursos para comunicar, desarrolle nuevos. Atender, observar, escuchar activamente, hacer contacto visual, empatizar, dar consuelo son capacidades entrenables.